Bruce Wayne fue Bat-man antes que Batman, un personaje completamente diferente, cruel, e indiferente hasta la inconsciencia.
Un personaje explícitamente movido por la ira. Toda su vida parece dedicada a expresar la máxima violencia posible hacia sus oponentes, deleitándose cada vez más en el daño que podía causar.
Bruce Wayne no usaba a Bat-man como fachada para su misión, ocupaba la identidad para poder pasar un rato golpeando a gente.
Bat-Man es un individuo profundamente dañado carente de cualquier medida significativa de moderación. En realidad, es un peligro para todos los que le rodean. En el primer año de las aventuras publicadas de Batman, se intensifica su tendencia a comportarse de manera impulsiva y suicida. Es como si un trastorno de la personalidad estuviera por encima de cualquier discreción y moderación de Bruce Wayne.
Podemos ver evidencia de esta degeneración de su carácter en la forma en que se vuelve cada vez más despectivo con aquellos con quienes lucha. De hecho, existe la sensación de que Batman está realmente fuera de control. En “El profesor Hugo Strange”, febrero de 1940, sorprende a una banda de delincuentes en un almacén, incluido un guardia con una ametralladora, y, a metros de sus oponentes, se burla de ellos. Luego, mientras corre hacia ellos, de repente estalla en una expresión de absoluta alegría mientras choca contra los 5, y no cabe duda de que se trata de un hombre que disfruta infligir daño mientras corre riesgos ridículos con su vida.
Este creciente amor por la violencia va acompañado de una inmutable y completa insensibilidad en lo que respecta al sufrimiento y la muerte de los oponentes de Bat-Man. Nunca hay una sola escena en la que Batman exprese el más mínimo dolor por el fallecimiento de un adversario.
Lanzará a la gente desde lo alto de los tejados si le parece una buena idea de improviso. No es que Bat-Man tenga la misión de asesinar, sino que simplemente no parece molestarle lo más mínimo.
No es solo que Batman parezca olvidarse de asuntos tan importantes como la vida y la muerte, cuando se embarca en una de sus interminables peleas. También parece perder la noción de cualquier aspecto de su existencia más allá del momento mismo. Nada parecía importarle cuando la emoción entra en acción y la adrenalina lo recorre a borbotones.
Porque Batman es un personaje cuya eficacia en su permanente campaña de persecución a criminales se da por hecha, atribuyéndosele una capacidad de previsión casi sobrehumana, pero en esa época, al principio de su existencia editorial, tocaba de oído y hacía lo suyo improvisando, como le saliera, a ver si sonaba la flauta y conseguía el objetivo sin acabar hecho trizas.
En esa época del final de los años 30 casi nunca estába preparado, sino que se lanza a situaciones en las que lo golpean repetidamente en la cabeza. Batman parece ser más un adicto a la adrenalina que un detective cerebral y metódico.
Incluso hay dos historias diferentes en las que Batman se lleva un tiro (Detective Comics 29 y 33); curiosamente, en ambas ocasiones recibe un disparo en el pecho derecho. La primera vez ocurre porque se detiene para interrogar a dos secuaces mientras un tercero lo sorprende; a pesar de que Batman tiene el arma en la mano, el tercer maleante lo ataca de todos modos (ya que esto es antes de Alfred, Bruce tiene que visitar a su médico de familia para que le cosa la herida). La segunda vez, está a punto de destruir el dirigible del villano cortándolo en pedazos con un hacha (uno supone que estaría en ese trabajo varias horas) cuando el villano entra en la habitación por detrás de él y le dispara por la espalda, mala noche para el murciélago.
Lo salva un chaleco antibalas que llevaba, pero deja un gran charco de sangre y tiene que ser curado de nuevo. A partir de ahí se andaría con más cuidado y actuaría con cautela para no acabar fiambre tirado en cualquier sucio callejón de Gotham.
Tras aproximadamente el primer año de publicación, se hacía necesario suavizar al personaje para no perder ventas. Jack Liebowitz y la editora Whitney Ellsworth elaboraron un código de lo que sería aceptable en las páginas de los cómics publicados por National y Detective Comics. Antes de la creación de este código, los superhéroes de lo que se convertiría en DC Comics a veces mataban en el transcurso de sus aventuras. Esto era particularmente cierto en el caso de Batman. En Detective Comics #32, de 1939, y escrita por el legendario escritor Gardner Fox, Batman luchaba contra un grupo de vampiros, a los que disparaba con balas de plata.
En la serie Batman #1 de primavera de 1940, en una de sus clásicas batallas con el truculento Hugo Strange, mató a una de las monstruosas creaciones de Strange y presuntamente a algunos más. Después de que se instituyera el nuevo código, ninguno de los superhéroes de National Comics o Detective Comics volvería a matar por voluntad propia. El nuevo código mantendría a las revistas de National Comics y Detective Comics entre las más aceptables para los padres y las mantendría alejadas de los problemas durante gran parte de los años. De ahí vino la regla de no matar que en la ficción Batman se autoimpuso, y fue a partir de ahí, con la constante presencia de Robin cuando se moldeó la caracterización definitiva de Batman, alejado ya del más pulp Bat-Man.
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